Pese a que la moneda única se creó para limitar el poder de Alemania, ahora este país domina la economía europea gracias a su control del euro. A nadie le gusta la nueva situación, ni siquiera a los propios alemanes.
Estos días se cuenta en Atenas el chiste de que, por cada impuesto que no se cobre, los alemanes ejecutarán a diez rehenes. Esta muestra de humor negro no es sino la última prueba de la división de la Unión Europea, un proyecto grandioso creado para que pueblos que a lo largo de la Historia se habían odiado convivieran en armonía. El euro se concibió como la moneda que unificaría el continente, pero, después de haberlo puesto al borde del abismo, sus llamativos billetes no pueden disimular durante más tiempo viejos rencores.
Cuando el pasado mayo la UE concedió a una Grecia al borde de la bancarrota un salvavidas financiero de 110.000 millones de euros, con la condición de realizar duros recortes y subir los impuestos, los ciudadanos de este país rememoraron un pasado reciente marcado por las ocupaciones extranjeras. Espoleado por el hecho de que fuera la canciller alemana, Angela Merkel, la dirigente que impuso las condiciones más duras para la concesión de este crédito, el alcalde de Atenas realizó una reclamación a Berlín de 80.000 millones de euros por los daños producidos durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. El viceprimer ministro, Theodoros Pangalos, afirmó indignado que los descendientes de los nazis no tenían ningún derecho a dar órdenes al pueblo griego. Por su parte, el diario izquierdista ateniense Ethnos sostuvo que los alemanes estaban convirtiendo a los países europeos altamente endeudados, como Grecia, en “colonias del Cuarto Reich”, y al conjunto del continente en un “Dachau financiero”.
Comparaciones odiosas.
Comparar la asistencia económica de Berlín con un campo de concentración no sólo no responde a ninguna lógica, sino que además resulta de mal gusto. Sin embargo, sí es cierto que el alto coste que está teniendo para los ciudadanos el endeudamiento excesivo de algunos países está generando odio contra Alemania. En Irlanda, España y Portugal muchos culpan a Merkel de avivar la crisis el pasado noviembre cuando afirmó que es posible que muchos países endeudados no puedan devolver nunca sus préstamos. Pese a que se trata de una observación perfectamente lógica, dicha en voz alta, tuvo el efecto de agitar los mercados.
De todas las razones imaginables para que Alemania se haya convertido en el centro de las iras de todo el continente, el euro es la más destacada. Dicho sin rodeos, un euro débil se traduce en una Alemania fuerte. De hecho, cuanto más débil esté la moneda, más fuerte será el país; no hay otro Estado en Europa que haya recuperado la confianza y haya salido de la crisis de forma más vigorosa. En 2010 Alemania creció un 3,7%, el nivel más alto de todos los países occidentales. Por otro lado, su tasa de paro, que lleva diez meses seguidos cayendo, registra sus niveles más bajos desde 1992.
“El alemán medio ni siquiera se ha enterado de la crisis”, sostiene Thomas Petersen, un veterano analista de la opinión pública germana que trabaja en el instituto demoscópico Allensbach. Por su parte, Andreas Rees, analista de UniCredit, el mayor banco de Italia, sostiene que la recuperación alemana de la crisis es “uno de los giros económicos más asombrosos de la Historia”, mientras que Holder Schmieding, del Berenberg Bank, augura una “década dorada” para Alemania, durante la cual el resto de economías occidentales seguirán recuperándose de la crisis. Como colofón, el presupuesto federal alemán va camino de registrar un déficit cero en 2014, nivel que trataría de mantener en adelante.
La verdadera razón de la influencia política de Alemania es que es la araña que teje la tela que sostiene el euro. Las decisiones que afectan a la supervivencia o el colapso de economías como la griega, la irlandesa, la portuguesa o la española, y también las relativas al futuro del euro, dependen de Berlín mucho más que antes, sostiene Charles Grant, director del Centre for European Reform, un think tank con sede en Londres. “En este momento todo depende de Alemania. Le marca el ritmo a toda Europa”, dice. Alemania es la economía europea más grande, y también la más fuerte; es la que dispone de más fondos; y de todas las economías grandes del continente, es la que posee mejor calificación de crédito (AAA).
En otras palabras, en este momento nadie duda de la capacidad de Alemania para devolver sus préstamos. Por ello resulta comprensible que Berlín se haya mostrado reacio a ampliar su aval a países muy endeudados, como Grecia o Irlanda; tenía miedo de acabar teniendo que pagar sus facturas. Así, sólo ha ampliado el aval cuando estos Estados se han comprometido a reducir sus déficits y empezar a saldar sus deudas, como fue el caso de Grecia. Este hecho no ha pasado inadvertido para ningún gobierno europeo.
¿Por qué se creó el euro?
Por raro que parezca, se pensó que con la creación del euro se conseguiría el efecto contrario: limitar a Alemania y someterla a Europa. André Szasz, el destacado director del Banco Central holandés que asistió a las reuniones clave en las que se empezó a perfilar la idea del euro, afirma que Francia apoyó activamente la creación de la moneda única como instrumento para mantener a Alemania bajo control. A principios de los noventa François Mitterrand supeditó su aprobación a la reunificación de Alemania (sobre la que los franceses, como potencia ocupante, tenían capacidad de veto) a que Helmut Kohl renunciase al sólido marco en favor de una moneda común europea.
Tras la adopción del euro, en 1999, la economía alemana apenas dio signos de vitalidad, mientras que el resto de países europeos alcanzaron altas tasas de crecimiento. Hans-Werner Sinn, el economista más prestigioso de Alemania, explica por qué sucedió esto. Gracias a la introducción del euro, en países como España, Irlanda o Grecia se pudieron conceder préstamos a tasas de interés más bajas que las alemanas, siempre muy estables. “Esto provocó un gran aumento de la inversión en estos países, mientras que en Alemania se produjo un estancamiento”, dice Sinn. Sólo la economía irlandesa creció un 105% entre 1995 y 2009. En la medida en que los ciudadanos y los bancos alemanes invertían en bienes raíces en España y adquirían deuda pública griega en vez de gastar ese dinero en su propio país, la tasa de inversión de Alemania se desplomó hasta llegar a ser la segunda más baja de Europa, sólo por delante de Italia. “El euro desangró a Alemania, mientras que para el resto era una fiesta”, dice Sinn.
Alemania tuvo que padecer una década en la que los salarios no crecieron, pero en la que realizó reformas económicas. “Fue un proceso doloroso que estuvo a punto de destrozar nuestra sociedad”, afirma Sinn. Pero a medio plazo la superación de estas dificultades convirtió a Alemania en la economía más competitiva de Europa. Países vecinos como Francia o Italia ya no podían tratar de contrarrestar sus ventajas competitivas devaluando sus monedas, como habían hecho en el pasado.
Al comienzo de la debacle financiera de 2008 las empresas alemanas se contaban entre las más ricas de Europa y, tras una bajada inicial de sus exportaciones, sus ventas no tardaron en recuperarse. Aumentaron mucho las exportaciones de coches, maquinaria pesada y bienes de consumo a los mercados emergentes, y se hizo patente que Alemania era la única economía europea realmente global capaz de competir con China y Estados Unidos. “En este momento el poder de Alemania es tan grande, tanto en lo económico como en lo político, que está cambiando la Unión Europea”, sostiene Grant. “Alemania se ha vuelto mucho más agresiva en la defensa de sus intereses”, añade.
Sin triunfalismos.
Pero, a pesar de su creciente poder, en Alemania no existe triunfalismo, sino que entre sus ciudadanos predomina más bien cierta sensación de hartazgo. “Se han dado cuenta de que esto no es lo que les prometieron sus políticos cuando se abandonó el marco”, dice Petersen. “Les indigna el hecho de que Alemania tenga que sacarle las castañas del fuego a otros países”, añade. Gracias a la insistencia de Berlín, el tratado fundacional del euro introdujo la prohibición de realizar rescates financieros, e hizo a cada país responsable de su propia deuda. Desde el punto de vista de Alemania, los países que en su día realizaron dolorosos ajustes y reformaron sus economías no tienen por qué pagar el despilfarro de los que no lo hicieron.
La respuesta de los alemanes a la concesión del rescate financiero a Grecia ha sido sólo un poco menos destemplada que la reacción antigermana producida en Atenas. “Los griegos están destrozando nuestro euro”, denunciaba un titular del diario Bild, el de mayor tirada de Europa. “Estimados griegos –decía el periódico- nosotros también tenemos deudas, pero las podemos pagar porque nos levantamos pronto por la mañana y trabajamos todo el día”. El Bild aconsejaba a Grecia sacar a subasta algunas de sus islas e incluso su símbolo nacional, la Acrópolis, antes de pedirle un céntimo a Alemania.
El futuro de Europa ya era una preocupación creciente entre los alemanes aun antes de que estallara la crisis, sostiene John Kornblum, antiguo embajador estadounidense en Berlín y un astuto observador de la cosmovisión germana. “Los alemanes ven su prosperidad amenazada desde muchos frentes, desde la crisis demográfica y el envejecimiento de la población al declive del poder de Europa en el mundo”, afirma Kornblum. La mayor de estas amenazas es la caída de una moneda que en este momento los alemanes consideran plenamente suya. Kornblum afirma que, por encima de todo, “los alemanes están desesperados por conservar todo lo que han logrado, están convencidos de que su método es el mejor para evitar el desastre”.
Y Merkel también insiste en que hay que preservar el euro a toda costa. Tal como dice, “si el euro cae, Europa también lo hará”. Pero algunos alemanes ya están hablando de estrategias para salir de la moneda única. Entre ellos hay algunos diputados disidentes del Bundestag como Frank Schäffler, el especialista en asuntos económicos del Partido Liberal alemán (FDP), que prevé que la discusión acerca del abandono del euro se avive en la medida en que Alemania y otros países del norte de Europa se cansen de financiar planes de rescate, o bien cuando los países endeudados del sur se rebelen contra las condiciones de austeridad y las reformas impuestas.
Un euro de dos velocidades.
Hans-Olaf Henkel, antiguo presidente de la Federación Alemana de Industria y en su día un entusiasta de la moneda única, aboga ahora por una división de la zona euro en un bloque monetariamente fuerte, constituido alrededor de Alemania por países del norte de Europa, y otro que englobaría a los países del sur caracterizados por su debilidad monetaria, y en el que estarían España e Italia. “Para los países del norte, la inflación y la inestabilidad son catastróficas, pero los países del sur prefieren potenciar el crecimiento y no se preocupan por la inflación. En este momento estamos obligando a Portugal, Grecia, España e Italia a reducir el tamaño de sus economías hasta casi asfixiarlas para mantenerles dentro del euro. Es una situación absurda”, sostiene Henkel.
Sea cual sea el resultado, éste estará determinado por las condiciones que imponga Alemania. Si el resultado es una Europa estable en la que existan empresas bien administradas que produzcan cosas que se consuman en el resto del mundo (como pasa en Alemania), no será en absoluto un mal final.
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